lunes, 28 de abril de 2014

Uno

Cuando eres uno y pasas a ser dos de repente vuelves a ser uno. Si te separas de ese uno, eres medio. Te descubres un día arrastrando tu mitad en el bus, empujándola contra la pared de la taquilla, en las monedas que deslizas por la mesa para pagar el café. ¿Hubo un tiempo en el que fuiste uno? ¿Realmente fuiste uno?

Vuelve a ser uno en pequeños momentos. Vuelve a ser uno cuando el sol nos despierte y lo primero que vean sean tus rizos mientras me enganchas con tu pierna para abrazarme y no sé dónde empiezo. Vuelve a ser uno cuando nos encontremos de noche, tú, apoyado en la barandilla, y me abrazas, y no sé dónde terminas, y mucho menos si me besas. Seamos uno debajo de una manta en el sofá, cuando te espero en la parada del bus y veo el baile de tus hombros como las olas que haces en la bañera para salpicarme, cuando empiezo a escupir palabras y me aprietas la mano muy fuerte mientras miro al frente. Si discutimos, si te miro después, mi ira ardiente e infernal se vuelve una goma elástica.

Mi madre decía a modo de amenadvertencia (algo así como una advertencia peor que ochenta amenazas) cuando empecé a salir y a perder metros y coger taxis que ellos me iban a llorar mucho, pero si pasaba cualquier cosa ellos no la sufrían. Creo que nunca me he sentido más perdida que en las noches de vigilia en el hospital, manoseando mi carné de estudiante entre las sábanas de tu cama de Urgencias. Estás pálido y el gotero rotulado a Edding sigue cayendo por tus venas. Si te despiertas me recuerdas el sabor metálico del agua que entra por los antebrazos. Las dos enfermeras de esta sección se tapan con batas desechables como si estuvieran en la Iglesia. Son las cinco de la mañana. Igual es una vigilia. Aprieto las manos junto al carnet y apoyo mi frente en tu muñeca no canulada. A lo lejos dos médicos hablan y su voz zumba como una radio encendida.

No puedo sufrirte. Mi piel está continua. Aunque seas capaz de palpar las cicatrices internas que contraen mis músculos y los paralizan. Te ofrezco mi insomnio, para mí cien veces mejor que dormirte. Te ofrezco mi insomnio por todos los tuyos con los que me quedo.

Mi madre se equivocaba. Si tú eres capaz de pasar la mano sobre mi piel y notar la vibración de mis suturas infiltradas es que también son tuyas. Si fuimos dos, te duele lo que pudo haber pasado. Si somos uno, te ha pasado a ti.

Apoyo la cabeza en tu pecho. Tu corazón late, a la vez un trozo de músculo inhóspito y húmedo, a la vez la vibración más palpable que audible de que estás conmigo. Y por un momento, tu corazón lo puede todo.


martes, 31 de diciembre de 2013

Uvas

Hay cosas que salen bien
y que salen mal
y cosas que se salen de su sitio y tienen vida propia
y se van a tomar las uvas contigo.

Hay un esfuerzo consciente por recordar qué hiciste hace un año que no sea un resumen de los últimos 18 días. Gracias Facebook por hacerme un biopic de los momentos que yo elegí para construirme con figura pública. Elige quién has sido este año a través de tus 8 fotos de perfil. Prefería cuando lo decidían los Reyes Magos. 

Ajusta tus recuerdos con filtros del horóscopo. Si en suerte y estudios has ido sobrado es altamente probable que la curva raye en el suelo de las cosas divertidas hechas. Cambia de mes. Nivela tus recuerdos. 

Todo ha ido bien y todo ha ido mal. La locura absoluta del alcohol fluyendo en mi cabeza mientras contemplo las estrellas. Una piscina. Arena en mi pelo. Brownies de cumpleaños. Tardes de biblioteca con botellas de agua vigía en mis murallas de estuches. Sexo en sábanas lilas en las que los pies se deslizan. Suspensos como un pulgar que decide muerte. Aprobados que contienen suspensos que contienen aprobados. 

¿Qué me queda?

Estoy firmemente convencida de que no nos juzgaran por nuestros pecados, sino por todo aquello que no hicimos. Conveniente e inconveniente. 

El taco de apuntes de gine, la decisión del Erasmus, se sientan conmigo a cenar esta noche. Les pondré un plato de uvas. A ver si tienen buen 2014. 

domingo, 15 de diciembre de 2013

Encallar

Es una boda. Yo bebo un malibú-piña a sorbitos, despacio, noto como la base de la cabeza se abre y me recalienta la columna. Apoyo el vaso colocando el codo en mi cintura y basculo con los pies. Es el primer acto oficial al que llevo tacones, unas sandalias aguamarina de Mango que me empeñé en comprar para alegrar el vestido de tirantes negro. Mi madre está hablando con familia lejana del niño. No es buen momento para pedirle que me acompañe a cambiarme los zapatos. En ese momento se me acerca un primo lejano con la corbata ligeramente desabrochada, con un cubata ron-cola. 

"Wow, vaya, lo que has cambiado"

Supongo que nuestro último evento conjunto fue una comunión hace 6 años, y yo llevaba un vestido de Kenzo infantil sin sujetador y con mi tercera regla. Se mueve con las caderas al ritmo de la música, le chispean los ojos, duda entre sacarme a bailar acercándose con el muslo derecho mientras me mira como si valorara el premio final de un concurso de la tele. Cruzo los brazos por encima de pecho y estiro los labios mientras bebo. 

Tengo 17 años. 

Tengo 21 años - 22 - a efectos prácticos de hacer balances. Puedo beber en EEUU y tener sexo legal desde hace bastante. Hace 2 años que no juego a amenazar con independizarme (salvo excepciones). En otra carrera estaría abismando el cuadrado de los organigramas de qué hacer tras la ESO que lleva en letras mayúsculas MUNDO LABORAL. Edad suficiente como para enfrentarme a la burocracia y salir airosa, lo que incluye trámites médicos, de renovación del DNI y gestionarme la matrícula sola (previo pago). 

Voy en el metro y digo "Eh, ese es el hermano de Beatriz González". Y el hermano de Beatriz González entra este año en la Universidad mientras que el niño de 11 sigue jugando a Pokémon X en la Nintendo 3DS. 300 pokémon y 5 años más. 

Compárate con tu grupo de conocidos de los 17. A los amigos les has tenido más o menos cerca. Deléitate viendo que siguen llevando las mismas pintas de kinkis de los 90 con modificaciones, como alguna dilatación y beisboleras que les separan de System of a Down y les acercan a Skrillex. Salen por la misma zona en distintos bares y ahora bailan Dubstep y se meten speed. Ninguno tiene estudios superiores y tú estás terminando una titulación bastante difícil con bastantes buenos resultados. Cotillea sus fotos de fiesta en el twitter mientras hojeas tus apuntes.

Encuentra en un cambio de armario una falda de terciopelo negro que te ponías para salir. Le sacudes un poco el polvo y te la metes por la cabeza para abrochar la cremallera y pero no pasa de la línea de las caderas. A ti te ha crecido el culo, a ellos la cara pero no la cabeza. Buscando diapositivas de 1º para enviarle a un amigo te encuentras con un word wishlist de los 17, juzgando el fin de año. La mitad de las cosas son irrealizables porque en 2º de Bachillerato no sabías lo que era un convenio ni cómo alquilar un piso y las otras parecen sacadas de tumblr. No tienes tumblr. 

La gente mayor te habla de lo joven que eres. Tú piensas que ahora viene encontratrabajosalirconalguienalquilarunpisocasarsetenerhijos. Te dicen todo lo que te queda por vivir y la mente se te va a tardes inmóviles en la biblioteca bajo flexos parpadeantes como un segundero encallado. Los 17 aparecen nítidos como en un videoclip. 

En un blog de antropología hablan de ritos de paso del mundo. Un rito de paso es un acontecimiento que marca tu paso de niño a hombre/mujer. Una especie de renacimiento en comunidad. Hay muchos tipos, desde demostrar las habilidades mediante métodos como la caza como pasar una noche o un día aislado. AL volver a la comunidad se le realizan modificaciones corporales, se cambian las palabras con las que se dirigen a él. Compara la falta de esos ritos con la necesidad de los jóvenes por encocarse y modificarse el cuerpo. A mis espaldas un piercing que terminó en queloide. 

No tengo necesidad de valorar este año. No tengo necesidad de pedir deseos al año que viene. No tengo necesidad de hacer planes de futuro ni verme en un sitio en los próximos 5 años. 

Y de repente, futuro. 


viernes, 22 de noviembre de 2013

Miedo a estar perdidos

Hay un artículo que está dando vueltas por Facebook, al menos en mi grupo etario. El artículo se llama "Miedo a Perderse Algo" y lo dejo aquí por si a alguien le interesa:

El artículo no dice nada que no se pueda saber con un poco de introspección, aunque supongo que para todos los compartidos en Facebook tiene que suponer que la gente se mira menos el ombligo de lo que yo creía (o igual es que este ombligo duele al mirarlo). El artículo habla de lo feliz que parece la gente centrándose en las redes sociales, del inmenso número de opciones que hay para elegir y de que cuando escoges un camino es difícil no echar la vista atrás ya que las otras opciones siguen presentes, ¿realmente era necesario enumerar esto? ¿Intuitivamente no somos conscientes? Debe ser que no. 

Me quedo con lo que yo he entendido de la toma de decisiones clásicas (como todo lo clásico se da igual, y puedes meter en el mismo saco que a Descartes que a Aristóteles, la filosofía da prurito y distermia): 

¿Cuál es el problema? En este artículo mezcla el comprarse un móvil nuevo con el darse quimioterapia. Hay que tener un grave problema emocional para pensar que agobia igual pensar que en tus manos está la decisión de morir o no sin saber cuál de las dos es la correcta que no tener WhatsApp. Identificar el problema no es ponerse una tarde a hacer listas, no es aquello obvio que podemos poner en la cabecera de un folio. 

¿Cuáles son las opciones? Opciones hay muchas. Casi nunca hay dos. Está incluso la opción de no decidir y dejar tiempo. Todas son válidas. Podemos meter todas las palabras que queramos, listas inmensas de pros y contras, cuadros de decisión de empresa que nos resuelvan si estamos enamorados. Nada de eso vale. Las palabras entran en resonancia, vibrando hasta perderse por completo. Y entonces brota la respuesta, de partes que desconocías. Aquí no hay justificación ni probabilidades en estudios clínicos. Aquí sólo está el sentimiento.

En el artículo, el autor menciona el tiempo que nos engloban las decisiones (las importantes por favor, si comprarte un móvil nuevo te quita espacio vital replantéate tus prioridades) y la sensación de culpabilidad después, que la otra opción sigue ahí, tan o más válida que antes. Aristóteles decía una vez tomada la decisión no mires atrás, porque ese mirar atrás sólo lleva al sufrimiento. Todas las opciones son igual de válidas y elegimos por una fuerza superior a nosotros. ¿Para qué plantearse más? ¿Por qué ponerse en un "y si..."? 

Tampoco es esto algo que se consiga proponiéndotelo como objetivo del día.


¿Por qué este miedo entonces a perderse algo? ¿Por qué comparte este artículo gente de 20 y no de 40? 

Creo sinceramente que no tenemos miedo a perdernos algo, sino pánico a estar perdidos.

Por un lado, nos consideramos plenos dueños de nuestras decisiones y nuestras consecuencias. Entonces el decidir se convierte en un acto increíblemente voluntario donde no somos conscientes de todo lo que hay en nosotros y aparece a la hora de tomar una decisión, ni de que ni creamos el espacio ni el tiempo, así que es difícil que nuestro cuadro de decisión llegue muy lejos. Pensamos que es un acto terriblemente lógico y propio cuando la realidad es que la mayoría de decisiones importantes, simplemente, se deciden solas.

Por otro lado, estamos perdidos. Dentro del mundo en el que todo es electivo y lógico, estamos vacíos de cosas que nos den realmente sentido. Cada experiencia puede suponer estar más cerca de sentir algo: irte o no de Erasmus, cambiar de trabajo, salir o no con alguien... Entonces el pánico no es ni mucho menos a cambiar de móvil, sino a no ser jamás capaz de encontrar algo que verdaderamente te llene y lo dé sentido a todo. Y mientras, te dedicas a cotillear Facebooks ajenos pensando que igual esa persona lo está sintiendo. 

El artículo en algún momento cita la frase de El Principito en la que dice que "Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".  

Yo pienso que si realmente pudiéramos seguir viendo con el corazón, no podríamos estar perdidos. 




sábado, 16 de noviembre de 2013

Notas sobre el Hospital (I)

Love like a Sunset - Phoenix

 El Hospital lleva ritmos. Como una casa. 

A las 8 los pasillos huelen a desayunos bajos sin sal que se apilan en gigantescas bandejas de avión en los pasillos.

El día de un médico comienza con la Sesión Clínica. Yo estaba obligada a ir a la Sesión Clínica. Las Sesiones Clínicas se definen como el acto más importante en la vida médica. Consiste en que el médico de guardia cuente qué se ha dedicado a hacer durante la guardia, cuántos pacientes hay para ingresar, qué pruebas se han hecho, cómo están los pacientes en planta. El día del médico continúa cuando se bajan a por un café y seguían hablando de pacientes. Nunca abrí la boca en ese momento, pero agarraba el vaso y giraba el codo al hacerlo como si fuera parte de la conversación.

Cuando entrábamos a pasar planta, en todas las habitaciones se escuchaba el borboteo del oxígeno. Mi doctora se desesperaba, se giraba y me decía que ninguno tenía oxígeno en casa, que no entendía por qué se lo mantenían una vez arriba. Entonces les explicaba que les quitaba las gafas y a caminar. Yo cerraba el grifo del oxígeno, confundiéndome primero y abriéndolo hasta el 2 y luego me iba a pedirle a la enfermera que tomara satus basales. Todas estas cosas podía hacerlas ella claro. 

Saturación basal: porcentaje de oxígeno unido a la hemoglobina. 
Es decir, mide si te está llegando suficiente oxígeno a sangre. 

Cada vez que cerraba la puerta de las habitaciones y veía mis uñas cortadas y sin pintar para la ocasión, concentrada en el manillar metálico frío, pensaba en poder salir de allí. 

El único trabajo mío, personal e intransferible, era redactar Historias Clínicas. Las Historias Clínicas son otro de los actos más importantes en la vida de un médico, lo que te hace pensar la cantidad de aristas simbólicas y dramáticas y lo poco que concuerdan con tu doctor de cabecera peleándose con Microsoft Word 2003. 

A las 11 el pasillo huele a pan tostado, a aceite, a veces a nata y a bizcocho. Las enfermeras se sientan una mesa en medio del control de Enfermeria, entre el armario y los ordenadores. Mi doctora me enseñó las habitaciones secretas desperdigadas por el pasillo, donde tú te crees que sólo habrá pijamas y sábanas aparece una nevera con zumo, pizza, hasta cebolla. Voy con un vaso de coca-cola por el pasillo, en unas sneakers azules auténticas Ed Hardys de cuando estaba fuerte el Euro. Abandoné los zapatos serios al perder el autobús por primera vez. 
Así que yo solo tenía que aprender a explorar y a hacer las historias clínicas. Entraba en las habitaciones y me presentaba como estudiante de medicina, sonriendo. Al principio llamaba a la puerta y todo. Los últimos días me sentaba directamente en el sillón y decía:


Bueno, cuénteme, ¿por qué está usted ingresado?
Es un poco frustrante preguntar algo que ya sabes.

Es un poco frustrante que nadie sepa qué hace allí.

Siéntete violenta. Pídeles permiso y explícales por qué es tan importante que les veas la tripa.  Estás aprendiendo.

Le pregunté muchas cosas a mi doctora. Muchísimas. Ella me explicaba que era un rollo que el trabajo actual de un médico consista en 3 horas de papeleo por cada hora de estar con el paciente. Aún así, me hacía esquemas del síndrome coronario agudo y de los tipos de marcapasos. Me ayudaba a leer electros. Estábamos en la franja de edad en la que no hubiéramos podido ser hermanas, pero tampoco madre e hija. "Igual si yo fuera gitana" me dijo un día. 

Las señoras mayores, entre sus batas, sus camisones, sus barrigas, parecen descomunales matriarcas de folklore ruso. Dan ganas de sentarse con las piernas cruzadas a sus pies. 

El fonendo pesa en el cuello. El mío es azul celeste y se ha llenado de manchas de bolígrafo.

Miras, auscultas, palpas en palabras. Con los dedos, buscas en el paciente dónde está el reborde costal. Buscas la dureza del cuero en la ascitis, presionas para leer el hueco del edema vasogénico. Al final, los soplos se explican soplando. 

Dos batas blancas son asumibles. Cuando varias se reúnen entorno a un círculo invisible, como palomas picoteando pan, alguien se está muriendo.

A la 1 huele a comida baja en sal y en ganas de vivir. 


Un día, sentada con la agenda en las rodillas, apuntando siglas, me doy cuenta de que he llegado hasta aquí, con el fonendo sobre la bata como una medalla con la L de Littman brillando. Descomprimo 4 años en un momento y se hilan imágenes ordenadas que no han parecido existir jamás. Como una historia que hubiera asumido como propia y se dedicara a recitarse sola. Según la linealidad de estas imágenes, en 4 años seré realmente un médico. El tiempo se detiene.


Este hospital está situado en medio de un descampado, en una zona de casas bajas y pobres, al lado de una carretera llena de carteles de centros comerciales. En medio del Bronx. Al salir del metro e ir hasta la parada, donde la cola que espera al bus que conecta el barrio con el secarral triplica el espacio de la parada, miro al cielo. Las luces ámbar de la ciudad se quedan pegadas la suelo. El cielo aparece de repente lleno de estrellas, como si todas aquellas señoras que señalan el tamaño de sus pastillas con la uña del pulgar en el índice hubieran levantado la vista alguna vez.

Nos subimos en el bus. Amanece detrás, golpeando las siluetas de las casas más nuevas. Sobre los rieles de la RENFE se desliza la luz del sol. El bus entra en una rotonda. Una torre de alta tensión por encima de un montículo de espigas negras grada el color del cielo. El azul celeste tiñe de naranja la hierba. Nos bajamos del bus. El aire frío nos abofetea. Caminamos hacia la puerta del hospital con paso rápido, pensando que así nos distinguimos como empleados y no usuarios. Llamo al ascensor. Llego al control de enfermería, donde el turno de noche pasa las constantes al de mañana. Me pongo la bata. Recorro el pasillo.

En algún ventanal, sigue amaneciendo. Los dedos rosas de Eos acarician los picaportes de metal.